A medio camino entre la autobiografía, el libro de viajes y el reportaje político, esta trilogía reúne en un volumen La celda de Próspero, situada en el Corfú de los años cuarenta, amenazado por la Segunda Guerra Mundial; Reflexiones sobre una Venus marina, acerca de Rodas en 1953, donde Durrell trabajó como diplomático tras la guerra, y Limones amargos, centrada en el Chipre de 1953-1956, cuando los chipriotas griegos pretenden liberarse de la dominación británica recurriendo a la idea de unidad nacional, lo que los lleva a enfrentarse a los chipriotas turcos.
Las observaciones sobre el cáracter de los habitantes de la isla van entrelazados con comentarios sobre la actualidad política y social, con descripciones de paisajes, con evocaciones históricas, con emotivas anécdotas y con recomendaciones gastronómicas, lo que convierte estos tres libros en raros ejemplos de un tipo de narración muy propia de Durrell, pero absolutamente inclasificable, tan original como cualquiera de sus novelas.
Lawrence Durrell hace un retrato certero, muy vívido y planteado con su singular talento de tres momentos bastante críticos en la historia de tres islas mediterráneas, al tiempo que traza un magnífico panorama socio-político, que él vivió desde primera línea, y que, en particular en el caso de Chipre, sigue sin tener una solución satisfactoria para todos.
Sin embargo, lo más interesante es la absoluta y radical originalidad de estos tres libros, que puden leerse con muchos propósitos distintos y a nadie defraudarán.
Se dio a conocer como poeta y novelista en la década de los treinta y obtuvo el primer gran éxito de crítica con El libro negro, escrito en París en 1938. Sin embargo, es El cuarteto de Alejandría, la impresionante tetralogía compuesta por Justine (1957), Balthazar (1958), Mountolive (1958) y Clea (1960), la obra que lo convierte en un clásico de nuestro tiempo –debido en buena medida a su exploración de las posibilidades del lenguaje narrativo– y que provocó entusiastas comparaciones del autor con Proust y Faulkner.
El laberinto oscuro (1958), Tunc (1968), o Nunquam (1970) son otros buenos ejemplos de su talento. Con Monsieur o El Príncipe de las Tinieblas (1974) inició un quinteto o, en sus palabras, un quincunce (que completa con Livia, Constance, Sebastián y Quinx) que llevó un paso adelante sus investigaciones narrativas y asentó su obra de madurez. Es autor también de poesía: Poemas completos, 1931-1974 (1980) y de varias obras a medio camino entre el ensayo y el libro de viajes.